Lluvias meteóricas

Todos los días la Tierra recibe más o menos 3 millones de kg de material proveniente del espacio. Esto parece mucho, pero si se le compara con los 5973700000000000000000000 kg que hacen su peso normal, en realidad no es gran cosa. En masa es equivalente a agregarle cada día unos cuatro glóbulos rojos a un ser humano.

Este material que viene del espacio en su mayoría consiste de "meteoroides", es decir, cuerpos que vagan por el espacio interplanetario y que tienen un tamaño que va de las centenas de micrones hasta las decenas de metros. Nuestra atmósfera constituye un escudo natural ante estos cuerpos errantes, de modo que la mayoría se consume en ella sin ser detectados visualmente. No obstante, unos pocos cada hora tienen un tamaño suficiente para producir una traza de luz visible durante su paso por la atmósfera terrestre hacia la superficie del planeta. Si alguna vez pediste un deseo al ver una estrella fugaz, entonces viste un meteoroide cruzando nuestra atmósfera, lo que en jerga técnica llamamos un "meteoro". Cuando el meteoro es capaz de sobrevivir hasta que algo del meteoroide original impacta en la superficie de la Tierra, ese pedruzco recibe el nombre de "meteorito".

A los meteoroides corrientes se suman en ciertas fechas fuentes más espectaculares de meteoros, lo que permite detectar desde decenas a miles de ellos por hora. En estos casos hablamos de "lluvias meteóricas" para dar cuenta de la intensidad del fenómeno. ¿Dónde se originan estos refuerzos?

El Sistema Solar es constantemente visitado por cometas, que son básicamente grandes bolas de hielo y polvo. Algunos de estos cometas hacen un único paso por nuestro sistema solar y no sabemos más de ellos. Otros quedan capturados por la gravedad del Sol y se convierten en visitantes periódicos. El más famoso de estos últimos es el Cometa Halley, que fue visible por última vez en 1986 y volverá a serlo en 2062. Pero ningún viaje es gratis, y la tarifa que los cometas periódicos pagan por su paseo es un creciente desgaste de su estructura. Este desgaste ocurre en parte por la misma acción gravitacional del Sol y de los planetas por cuyas vecindades transitan, pero también por efecto del viento solar, que arranca partículas al cometa formando su cola. Esta progresiva fragmentación del cometa produce que a la larga éste deje de existir, sobreviviéndole nada más un conjunto de partículas de variado tamaño, las que se distribuyen a lo largo de toda la órbita del cometa original, exhibiendo una concentración más elevada en torno al lugar donde antiguamente estaba el núcleo. Pero mucho antes de que el cometa cumpla este destino, su órbita completa se encontrará poblada de partículas que la cola habrá ido sembrando a su paso. Un último efecto importante de esta fragmentación es que el material se distribuye también alejándose radialmente de la órbita, de modo que ella engorda, volviéndose altamente probable un encuentro con este chorro de partículas. Para algunos cometas cuya aumentada órbita ahora intersecta la órbita terrestre, la fecha de este encuentro es bien conocida cada año, de modo que es posible preparar la observación de tales eventos con anticipación.

Quizás la lluvia meteórica que anualmente causa mayor expectación es la de las Leónidas, asociada al cometa progenitor 55P/Tempel-Tuttle. Cada año, cerca de noviembre 17, es posible observar fácilmente uno o dos meteoros por minuto emergiendo desde un punto en la constelación Leo. Esto es un espectáculo vistoso, digno de ver, pero hay más. Y mejor. 55P/Tempel-Tuttle tiene un período aproximado de 33 años. Cuando el cometa ha pasado recientemente cerca de la Tierra, naturalmente la concentración de partículas en su órbita es mucho mayor que cuando han transcurrido ya varios años desde su visita. Consecuentemente, también cada 33 años las Leónidas alcanzan un máximo en el conteo de sus meteoros. La lluvia de 1833, propiamente tratada muchas veces como "tormenta meteórica" permitió a muchas personas ver miles de meteoros por hora. De tal proporciones fue este fenómeno que fueron muchas las personas que creyeron que el día del Juicio Final había llegado por fin. Los periódicos europeos de la época relatan que l@s vecin@s se despertaban un@s a otros con sus gritos, y que el mismo destello de los numerosos "bólidos" (meteoros de mayor tamaño y brillo que los ordinarios) iluminaba los dormitorios impidiendo que la gente durmiera. Más importante para la astronomía es el hecho de que ésta fue la primera lluvia que, por el interés general que concitó, atrajo los esfuerzos de los astrónomos de la época por estudiar este fenómeno científicamente.

No todas las Leónidas observadas cada 33 años, o incluso las comunes observadas cada año, tienen la misma intensidad. La lluvia de 1966 fue mucho más rica que la de 1999, por ejemplo. Esto se debe a que las trayectorias de los cometas cambian ligeramente con el paso del tiempo. Como ya hemos visto, cada paso de 55P/Tempel-Tuttle deja una estela de partículas a lo largo de su órbita. Órbitas distintas implican, entonces, estelas distintas. Cuando la Tierra se encuentra simultáneamente con dos o más de estas trayectorias, el fenómeno es muchísimo más intenso que cuando la intersección tiene lugar con una sola de ellas. Si encima una de estas estelas ha sido creada tras un paso reciente del cometa, entonces el resultado es una tormenta meteórica en toda regla.

Entre muchas otras lluvias, algunas de intensidad importante y visibles desde el Hemisferio Sur son las Eta Acuáridas (mayo 6), las Oriónidas (octubre 21) y las Gemínidas (diciembre 14).

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